Jan 7, 2024 │ m. Apr 8, 2024 by Manu Hortet │
#luna#miguel
Walter Benjamin, recordando una anécdota sobre cómo Anatole France respondía al preguntarle alguien si había leído todos los libros de su biblioteca: “No, ni la décima parte. ¿O es que tal vez usted cenaría todos los días con su vajilla de Sèvres?”
Son de mundos distintos el ansia de leer y la obsesión por comprar libros, aunque los dos tengan carácter de palmada en la espalda.
“No sabe estudiar. No teme no recordar lo leído. Solo lee. Artista ocular”.
Fluye bien lo personal con el resto, compro la performance, inevitablemente parecida a la mía, si acaso más valiente.
En ningún momento nombra Luna la disciplina, para mí el monstruo principal que separa o encadena a uno a estos sprints de lectura. No a la vida de lector, entiendo, eso sí habita con los demás vicios.
Una visión de ser lectura que no pase por ser un soldado ni un loco que cambia su vida por el exilio de las otras distracciones.
Chesterton: “Los riesgos de la enajenación mental que conlleva la literatura se deben no tanto al amor por los libros como a la indiferencia hacia la vida”.
Leer huyendo. Yo no puedo, me encuentro la vida de cara en cada libro.
Entiendo lo que leo a través de las narrativas que inventé viviendo. Adivino aquí, de varias plumas, que se puede operar al revés. Leer profetizando ser un día lo leído.
El último lector, Ricardo Piglia: “Podríamos pensar a la crítica literaria como un ejercicio de este tipo de lectura criminal. Se lee un libro contra otro lector. Se lee la lectura enemigo. El libro es un objeto transaccional, una superficie donde se desplazan las interpretaciones.”
El pensar en contra viene al comentar o exponer, pienso. Cuando estoy a solas con el libro y lo que dice, el libro es un espacio donde repensar, ventanas que se abren, por las que ruedo y descubro. En ese rato soy el libro mismo, inserción, crecimiento, apenas hay combate.
Parece que todo lo que tengo que decir de la lectura es en positivo.
El vicio de la lectura, Edith Wharton: “No hay vicios más difíciles de erradicar que aquellos que popularmente se consideran como virtudes. Entre ellos, el vicio de la lectura es es principal. […] Existe en verdad algo particularmente agresivo en la virtuosidad del sentido del deber que tiene un lector”.
Jiro Taniguchi
Casi no leí de niño. Solo recuerdo clavárseme La sombra del viento, parcial responsable de mi romance infantil con Barcelona. Se concibe en mí la lectura más tarde, como reto y prueba, una escalera a la azotea. Y se establece en la adultez, como ritual pacífico, asignatura favorita, el único vicio en la rutina que no me estrangula al día siguiente.
La escritura del desastre, Blanchot: “Escribir la autobiografía de uno mismo, ya sea para confesarse, ya sea para analizarse, ya sea para exponerse a los ojos de todos, al modo de una aobra de arte, quizás es tratar de sobrevivir, pero mediante un suicidio perpetuo, muerte total en cuanto fragmentaria”.
¿Yo para qué escribo?
“Lo que leemos se nos contagia, aunque podamos portarlo toda una vida de manera asintomática”.
Pg. 81, vista de halcón de un montón de autobibliografías.
Una visión del suicidio profundamente europea, trágica pero tierna y casual. No puedo evitar pensarla en contra, sujetando mi mente una katana, jurando disciplina.
Qué masculina mi lectura de Lolita, qué encuadre tan distinto verse en ella. Releeré con urgencia.
“Será porque leer nos mata que al cerrar un libro renacemos”.